LITERATURA Y BOXEO




Sólo un hombre que sabe lo que se siente al ser derrotado puede llegar hasta el fondo de su alma y sacar lo que le queda de energía para ganar un combate que está igualado.
Es solo un trabajo. La hierba crece, los pájaros vuelan, las olas acarician la arena... Yo me peleo en un ring.
Muhammad Ali

Hace tiempo que el boxeo encarna las marcas de un subgénero en el cine. Su potencia visual, su narratividad, la condensación de historias contradictorias y ambiguas, hacen de este deporte una caja de resonancia de conflictos existenciales y sociales de gran magnitud. En la literatura también encontramos un extenso linaje de obras que se han aproximado a este fenómeno. Recientemente, Daniel María, en la revista Qué leer, a propósito de la publicación en el sello editorial Capitán Swing del libro de Arthur Conan Doyle, Rodney Stone, mostraba una rica panoplia de autores y obras que coquetearon con el mundo pugilístico. Merece la pena recorrer su itinerario. Pero entre las muchas historias que conozco sobre la relación entre escritura y boxeo, hay una que me sobrecoge especialmente. Se trata de la experiencia vivida por el sociólogo y antropólogo Loïc Wacquant. Este discípulo de Pierre Bourdieu, durante su trabajo etnográfico en los guetos negros de Chicago, comenzó a practicar boxeo como mecanismo de acceso a las comunidades que deseaba investigar. Dicen las malas lenguas que tan bien se le daba y tanto le gustaba, que sugirió a su director de tesis, el propio Bourdieu, la idea de abandonar los estudios de doctorado para dedicarse profesionalmente al pugilato. Según parece, su maestro puso el grito en el cielo, y no se sabe si por convencimiento o bajo amenaza de recibir una paliza de su mentor, Wacquant prosiguió con sus investigaciones y acabó siendo, como hoy es, uno de los etnógrafos más importantes en el estudio sobre la “criminalización de la pobreza”. Pero todas aquellas experiencias deportivas quedaron reflejadas en un libro deslumbrante titulado Entre las cuerdas: cuadernos de un aprendiz de boxeador. Así nos dice el propio Wacquant: “En agosto de 1988, por una serie de circunstancias, me inscribí en un club de boxeo del gueto negro de Chicago. Nunca había practicado ese deporte, ni siquiera se me había pasado por la imaginación hacerlo… Durante tres años me entrené junto a boxeadores del barrio, aficionados y profesionales, entre tres y seis veces por semana. Para mi sorpresa, me fui enganchando poco a poco hasta el punto de disputar mi primer combate oficial en los Chicago Golden Gloves. Las notas que registraba día a día en mi cuaderno de campo después de cada sesión de entrenamiento, así como las observaciones, fotos y grabaciones realizadas durante los combates en los que peleaban los colegas del gimnasio, me proporcionaron el material de este libro.”

El boxeo como condensación de un mundo convulso

El relato literario que más huella ha dejado en mí en relación al boxeo es Young Sánchez de Ignacio Aldecoa. Recuerdo tanto su lectura como el visionado de la adaptación al cine que hizo Mario Camus, que me revelaron la auténtica dimensión de este deporte llevado al campo literario. Del mismo modo que la novela negra nos atrapa no sólo por sus tramas detectivescas, sino también por su penetrante capacidad para trazar la complejidad y disputas del tiempo histórico en el que se incardina; el boxeo presenta la rara habilidad de retratar, de forma coagulada, las tensiones y conflictos interiores de un mundo social aparentemente descodificado en el cuadrilátero de un ring. Esto mismo es lo que, a mi juicio, representan las dos obras que reseño hoy.

El campeón prohibido constituye la última novela, antes de su muerte, del escritor italiano Darío Fo. En ella se recoge la historia del púgil gitano Johan Trollmann, que durante los años veinte y treinta, desarrolló su fugaz carrera deportiva en medio de una Alemania que metamorfoseaba de la República de Weimar al nazismo. Por el contrario, Knock Out, de Jack London, recoge tres historias distintas entre sí que se conectan con espacios y tiempos diferenciados. Desde la Australia de principios de siglo XX a los años turbulentos de la Revolución Mexicana. Son dos libros claramente diferentes, pero ambos tienen, a mi parecer, esa misma capacidad de filtrar entre golpes y rounds la tensión de un mundo convulso.

En el caso de Darío Fo, la apuesta pasa por recorrer la vida completa de Trollmann, desde su infancia hasta el final de sus días. Se trata de un relato que adquiere las tonalidades de cuento. Aligerado de densidades lingüísticas, directo en la presentación y composición de los personajes, clásico y algo previsible en su entramado estructural. No creo que estemos ante la mejor obra de Fo. El esquematismo de la narración despotencia, a mi juicio, parte de su búsqueda. No obstante, lo que tiene para mí de interesante este libro estriba, precisamente, en el telón de fondo que envuelve a los personajes. El paulatino ascenso del nazismo, el tamiz cotidiano de la xenofobia, van a ir cercando una comunidad, la gitana, de la que procede el protagonista. Al mismo tiempo, resulta iluminador acceder a la toma de conciencia política de este joven púgil que, más allá de sus condiciones extraordinarias para el combate, disfruta de una inteligencia y perspicacia existencial poco común. Todo ello hace de Trollmann una figura trágica, aunque no pesimista, una suerte de encarnación deportiva de la resistencia frente a la barbarie. El libro, además, viene acompañado por una serie de ilustraciones que nos incrustan, de lleno, en la vertiginosidad del pugilato.



Jack London, por el contrario, nos acerca al drama existencial de unos personajes a través de los cuales se exuda la dureza del mundo que habitan. Debo reconocer que de las tres historias me quedo con las dos primeras, Un bistec y El mexicano. Su lectura me ha resultado estremecedora. En Un bistec asistimos a la caída de Tom King, boxeador ya veterano, pobre como las ratas, que lucha por sustentar a su familia, para lo cual debe aceptar un combate con el joven y vigoroso Sandel, a sabiendas que ni su preparación ni su alimentación son las más adecuadas para soportar el castigo. Los personajes, el propio acontecer de la pelea, los ecos de todo lo que está fuera del ring pero que se cuela entre los golpes y la sangre de la historia, están levantados de forma magistral. La prosa de London es vertical, precisa, descarnada. Tom King es construido de un modo apabullante, mediante una prolijidad de lenguaje nada gratuita, de tal suerte que accedemos a su mundo interior de sujeto en derrota. Hay varios pasajes de este relato que me sobrecogen, pero especialmente quiero destacar dos de ellos, donde se sintetizan a la perfección una de las fatalidades recurrentes en el boxeo: la Juventud que vence y destrona a la Edad. Algo, me temo, que no sólo acontece en el mundo del boxeo. Dice London:

Algunos años antes, en el apogeo de su invencibilidad, King se había divertido y aburrido con tales preliminares. Pero ahora las presenciaba fascinado, incapaz de apartar la vista de la Juventud. Esos jóvenes ascendentes en el boxeo siempre estaban saltando al ring entre las cuerdas y clamando su desafío; y siempre se los enfrentaba con boxeadores viejos. Trepaban hasta el éxito sobre los cuerpos de los viejos. Y siempre venían, más y más jóvenes —la Juventud ávida e irresistible—, y siempre acababan con los viejos, se convertían ellos mismos en boxeadores viejos y recorrían el mismo camino descendente, mientras que, detrás, presionando, estaba la Juventud eterna: los nuevos chicos, que crecían ambiciosos y capaces de arrastrar a sus mayores, con más chicos detrás de ellos en el fin de los tiempos. La Juventud tiene su propia voluntad y eso nunca morirá.

[…]

«La Juventud se impondrá»; este dicho relampagueó en la mente de King, y recordó la primera vez que la había oído, la noche en que había noqueado a Stowsher Bill. El ricachón que le había pagado un trago después de la pelea y le había palmeado el hombro había usado esas palabras. ¡La Juventud se impondrá! El ricachón estaba en lo cierto. Y aquella noche, años atrás, él había sido la Juventud. Esta noche, la Juventud estaba en la esquina opuesta. En cuanto a él, llevaba peleando media hora, y ya era un hombre maduro. Si hubiera peleado con Sandel, no habría durado ni quince minutos. Pero el punto era que no se recuperaba. Aquellas arterias sobresalientes y aquel corazón dolorosamente cansado no le permitirían recuperar las fuerzas en los intervalos entre rounds. Y, para empezar, no tenía energía suficiente. Las piernas le pesaban y comenzaban a acalambrarse. No tendría que haber caminado aquellas dos millas antes de la pelea. Y estaba el bistec por el que había suspirado aquella mañana. Lo invadió un odio terrible contra los carniceros que se habían negado a fiarle. Era difícil para un hombre maduro afrontar una pelea sin el alimento suficiente. Y un bistec era una pequeñez, apenas unos peniques; sin embargo, para él, significaba treinta libras.

En el otro relato, El Mexicano, asistimos a una ladera del pensamiento y la prosa de London que me ha sorprendido: su rencor de clase, su particular y contradictorio modo de luchar por el “socialismo”. En este caso se nos cuenta la historia del joven Rivera, un muchacho silencioso, esquivo, feroz y violento, que desde el otro lado de la frontera (en EEUU), desea colaborar con la Revolución Mexicana. Su particular manera de hacerlo, como descubrirá el lector, será por medio del boxeo. Pero lo más inquietante no está en la peripecia, sino nuevamente en la profundidad y rotundidad compositiva del propio personaje. London compone los abismos existenciales de este muchacho en sincronía con las convulsas realidades sociales del entorno, con las experiencias de humillación y explotación, proyectando esa mirada visceral, insobornable, del que acumula vejaciones de clase. Decía Marx que “la vergüenza es un sentimiento revolucionario”. Mutatis mutandi, London parece decirnos que el “odio también puede ser un sentimiento revolucionario”.


Y para acabar, no quisiera pasar por alto las palpitantes ilustraciones de Enrique Breccia que acompañan este libro. No sólo visualizan lo que se narra, sino que caminan más allá, pelean con el relato, lo amplifican, lo llevan a un territorio cruel, desnudo, expresionista.

Referencias bibliográficas:

Aldecoa, Ignacio (2012). Cuentos. Madrid: Cátedra.
María, Daniel (2016). De su puño y letra: boxeo y literatura. Recuperado de enlace: http://capitanswing.com/prensa/de-su-puno-y-letra-boxeo-y-literatura/

Wacquant, Loïc (2004). Entre las cuerdas: cuadernos de un aprendiz de boxeador. Madrid: Alianza Editorial. 
Fo, Darío (2016). El campeón prohibido. Madrid: Siruela.
London, Jack (2016). Knock Out. Tres historias de boxeo. Barcelona: El Zorro Rojo.

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