MANUEL DELGADO Y MARTIN BUBER


El movimiento 15M ha irrumpido en las conciencias de muchos. Y en las plazas. Y en las calles. Y en el tiempo histórico que nos ha tocado vivir. Con independencia de las valoraciones que cada quién haga sobre este fenómeno, nadie podrá negarle el estatuto de “nuevo actor social” con capacidad para intentar vertebrar diferentes tendencias y visiones críticas. A mi juicio (y habrá voces que lo cuestionen) este movimiento se inscribe, esencialmente, dentro del espectro de la Izquierda y en cierta medida, más allá de su rechazo a los aparatos ideológicos de un Estado claudicante frente al poder financiero, a quién interpela más es (creo) a la llamada “izquierda institucional”, aferrada tras una cultura política plagada de desconexiones y dogmatismos. En este sentido, mi particular mirada sobre el 15M (en el que trato de participar activamente) pasa por identificar aquellos aspectos que lo convierten en “espacio de resistencia”, en promotor de una nueva agenda política para todos aquellos que sienten un profundo rechazo hacia el status quo vigente. En este sentido, el 15M ha puesto encima de la mesa muchos elementos interesantes de los cuales me gustaría destacar dos: el papel del espacio público como territorio de visibilización y disputa de distintos proyectos políticos (co)existentes en nuestro país, y una revisión/impugnación de las prácticas discursivas y organizacionales de la izquierda tradicional de filiación marxista-leninista. Sobre estos dos aspectos me gustaría proponer sendos libros recientemente leídos por mí que, creo, pueden interesar a todos aquellos preocupados por (re)pensar esta clase de fenómenos.

Sobre el debate vinculado al papel del espacio público, me gustaría recomendar el último libro publicado por el antropólogo Manuel Delgado titulado “El espacio público como ideología” (Madrid, Los Libros de la Catarata, 2011). En este texto se nos ofrecen variados argumentos problematizadores sobre esta cuestión. Pero el más interesante a mi juicio (y que conecta directamente con lo que estábamos hablando sobre el 15M) es el desenmascaramiento de lo que este investigador denomina el proyecto ciudadanista (socialdemócrata) de paz social y de reforma ética del capitalismo, que impone un modo de entender el espacio público (la calle, la plaza, el parque, etc.) como “vacío de conflicto”, desanclado de los procesos de pauperización y dualización económica. Desde esta óptica «[…] el ciudadanismo es también el dogma de referencia de un conjunto de movimientos de reforma ética del capitalismo, que aspiran a aliviar sus consecuencias mediante una agudización de los valores democráticos abstractos y un aumento en las competencias estatales que la hagan posible, entendiendo de algún modo que la exclusión social y el abuso no son factores estructurales, sino meros accidentes o contingencias de un sistema de dominación al que se cree posible mejorar éticamente.» (Pág. 22). De ahí que: «[…] el concepto de espacio público no se limita a expresar hoy una mera voluntad descriptiva, sino que vehicula una fuerte connotación política. Como concepto político, espacio público se supone que quiere decir esfera de coexistencia pacífica y armoniosa de lo heterogéneo de la sociedad, evidencia de que lo que nos permite hacer sociedad es que nos ponemos de acuerdo en un conjunto de postulados programáticos en el seno de los cuales las diferencias se ven superadas, sin quedar olvidadas ni negadas del todo, sino definidas aparte, en ese otro escenario al que llamamos privado, como ámbito de y para el libre acuerdo entre seres autónomos y emancipados que viven, en tanto se encuadran en él, una experiencia masiva de desafiliación.» (Pág. 20) Esta (re)lectura en clave ideológica me parece fundamental porque si el 15M nos ha enseñado algo, ha sido volver a comprender la morfología urbana como proyección física constituyente del conflicto social. Buen ejemplo de ello lo tenemos en el empeño por parte de las instituciones y medios de comunicación de masas por imponer una modalidad de protesta “buonista”, pacífica, de baja intensidad, que “invisibilice” la rabia y el sufrimiento social en aras del consenso y el respeto a unos valores ciudadanos abstractos y pretendidamente universales. Les aconsejo vivamente la lectura de este libro porque encontrarán un descarnado y lúcido cuestionamiento de semejante operación ideológica.



El segundo de los aspectos señalados guarda relación con el carácter asambleario del movimiento 15M y su rechazo de la praxis doctrinal política de los partidos institucionales. Dejando a un lado la Derecha, para quién la lógica de las “oligarquías de hierro de los partidos” (como Robert Mitchell ya señalaba) constituye su humus natural, este movimiento ha venido a cuestionar, de raíz, la pesada herencia del centralismo democrático, el protagonismo de las élites y/o vanguardias revolucionarias como auténticas mediadoras entre el sujeto y el proceso político, así como la representatividad entendida como única forma de canalización de la acción política. Tanto el PSOE como IU, así como los sindicatos mayoritarios, beben de unas tradiciones fuertemente ancladas a las concepciones durkheinianas y weberianas (para el caso de la socialdemocracia) y/o marxistas-leninistas (para el caso de los partidos comunistas), donde la “organicidad” se entiende en clave de centralidad y liderazgo, frente a la tradición utopista y anarquista que postula la vertebración social a partir de un autonomismo federalista vigoroso. Con independencia de la elección organizativa que cada quién elija, me gustaría proponer la lectura del libro “Caminos de utopía” del filósofo Martín Buber (Fondo de Cultura Económica, 2006) porque contextualiza de forma brillante estas diferencias e intenta establecer puentes de comunicación. En este texto se hace un repaso por el socialismo utópico, el anarquismo, las experiencias cooperativas del siglo XIX, y sobre todo se intenta dibujar dónde, cómo y por qué, el marxismo-leninismo estigmatizó y separó del proceso de la revolución las tesis defendidas por Proudhome, Kropotkin, Landauer, Robert Owen, etc. Se trata de un libro especialmente turbador porque fue escrito en 1950, en pleno dominio del stalinismo en la antigua URSS, y se gestó en un intento de (re)pensar las prácticas de la izquierda tras la observación que ese “centralismo democrático” había llevado al socialismo al callejón sin salida de la burocratización y el Gulag. Resulta inquietante su lectura hoy, y de una actualidad rabiosa, pues nos ayuda a comprender los distintos modos de entender la izquierda y cómo su (re)formulación pasa por someter a un escrutinio autocrítico las prácticas que la llevaron a la hipertrofia y el estancamiento conceptual. Me gustaría a continuación transcribir unos párrafos de este libro donde podremos encontrar ecos de muchas de las sensaciones vividas este último mes en las asambleas populares del 15M. Aquí van:

«Frente a esa amalgama de conocimientos verdaderos y conclusiones erróneas, me pronuncio por el renacimiento de la comuna. Renacimiento, no recuperación. De hecho no cabe recuperarla, aunque se me antoja que todo asomo de fraternidad en los edificios de apartamentos, toda ola de camaradería cálida en las pausas de la fábrica, significan un crecimiento del contenido de comunidad del mundo. […] Pero considero que la suerte del género humano depende de la posibilidad de que la comuna renazca de las aguas y del espíritu de la inminente transformación de la sociedad. Un ente comunitario orgánico —y sólo ésos pueden formar una humanidad configurada y articulada— no se integrará nunca a base de individuos, sino de comunidades pequeñas e ínfimas: una nación es comunidad en la medida en que tiene contenido comunitario. […] Qué cantidad de autonomía económica y política —puesto que necesariamente serán a la vez unidades políticas y económicas— habrá que concederles, es una cuestión técnica que habrá que plantear y resolver siempre de nuevo, pero partiendo del conocimiento (que está por encima de la técnica) de que la potencia interna de una comunidad depende al propio tiempo de su potencia externa. […] Centralización, sí, pero nunca más de lo que sea preciso según las condiciones de lugar y tiempo. […] En la estructura de sociedad que yo imagino, deberá haber también un sistema de representación; pero no se traducirá, como los actuales, en pseudo representantes de masas amorfas de electores, sino en los representantes acreditados en el trabajo de las comunidades explotadas. Los representantes estarán unidos con sus representantes, no como hoy en vacua abstracción, mediante la fraseología de un programa de partido, sino concretamente, mediante la actuación común y la experiencia común.»

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