RECORDANDO A CAMUS DE LA MANO DE JORDI DOCE


Una de las lecturas en las que ando metido ahora es "Perros en la playa" del poeta, crítico y traductor Jordi Doce. No me voy a extender hablando de este libro porque tengo intención, más adelante, de escribir una reseña que, espero, vea la luz en alguno de los espacios donde colaboro. Simplemente avanzaré que este texto constituye una creación fragmentaria donde (como se nos dice en el dorso) notas, poemas y aforismos se cruzan de manera intrincada, estableciendo un diálogo proyectivo, espontáneo, poco visto hasta ahora en nuestra literatura más reciente. Y a medida que uno va leyendo se va encontrando con sorpresas, instantes de desborde que le dejan a uno nervioso, sometido a los vaivenes de ciertas obsesiones. Esto mismo me ocurrió cuando llegué al siguiente fragmento:

"Volvía a casa a la hora de comer y era como si hubiera ingresado de pronto en las páginas de El Extranjero: la calle casi desierta, con solo algunos paseantes encogidos, la luz negra y violenta, el calor espeso que moja los párpados y la nuca. Esa atmósfera irreal en la que cualquier acto parece posible y todo adquiere el aura de una premonición, una inminencia. Iba por la margen de sombra, ofuscado por el cansancio, y cada cruce con un extraño -ese momento en que dos cuerpos se apartan sutilmente aun cuando hay espacio entre ellos- se erizaba de posibilidades. Fueron cuatro, cinco minutos, lo que tardé en llegar a mi portal desde el parque. Una especie de alucinación privada provocada por el extraño y ominoso silencio de las calles. Sin multitudes que la estorbaran, la mente se sintió con fuerzas para plantar sus fantasmas y jugar con ellos, ignorante de que pronto se pasarían al bando de la luz de mediodía. Cuando quiso corregir su error de cálculo ya era tarde."

Y entonces regresé a la obra de Albert Camus, uno de mis autores fundamentales. Y lo es no porque su escritura tenga una influencia en la mía (que también, espero), sino porque sus libros forman parte de mi formación como lector, como sujeto asombrado, al igual que me ocurriera (como ya he dicho en este blog) con el recientemente fallecido Ernesto Sábato. No sé. Quizá sea esa desnudez áspera de la prosa camusiana, plagada de fantasmas que, sin embargo, apenas parecen reflejarse en la superficie del texto. Quizá su "escritura blanca", su "rebelión contra el orden que impone el lenguaje" tal y como señalara Roland Barthes. O su decidida participación en el absurdo, resistiendo, luchando cualquier forma de opresión. Desesperanza y esperanza juntas. Desolación amoral y ética ramificada en cada palabra. Igual el texto de Jordi Doce. Aparentemente "blanco", pero cargado de sobrevidas y sobresombras que atenazan, absorben, hieren. Eso es para mí la poesía, la literatura. Tener la capacidad de rastrear el dolor que se transmuta por encima de lo cotidiano. Rebelarse al lenguaje hegemónico. Y utilizar, para ello, las armas de la palabra en desborde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario