La Palestina de Hubert Haddad



Hay libros-frontera. Libros que nos obligan a reconocer una linde conceptual, geográfica, sentimental, histórica. Y esa sensación de hallarnos ante una especie de “tierra de nadie” suele incomodarnos, pues debilita nuestras aparentes verdades y nos obliga a repensar las certezas sobre las cuales hemos levantado nuestro pensamiento e identidad. Hace menos de un siglo la poeta norteamericana Emily Dickinson sugería lo siguiente: “hallar descanso en lo inseguro”, y como si de una premonición respecto de este tiempo plagado de fragmentaciones y precariedades se tratara, todos (lo queramos o no) hemos tenido que colocarnos ante esa inseguridad, dentro de un espacio temporal, físico, dominado por la mixtura. Pues bien, esta novela titulada “Palestina” edifica, literaria y simbólicamente, otro lugar más de incertidumbre desde donde dar cuenta del conflicto árabe-israelí sin caer en maniqueísmos simplificadores ni dulcificaciones. Rastreemos algunos elementos.

Hibridación árabe-israelí. Lo primero que nos llama la atención de su autor, Hubert Haddad, es la doble pertenencia cultural. Nacido en Túnez en 1947, de padre tunecino y madre argelina, con raíces judías y bereberes, él mismo encarna esa “inseguridad desencializadora” de la que hablábamos al inicio de la reseña. Este condicionante se transporta a la novela que juega con la idea del viaje identitario de un soldado israelí que, tras ser herido en una patrulla, pierde todas sus referencias y pasa a formar parte de una familia palestina pacifista (dañada por el conflicto), reacia tanto de las revitalizaciones fundamentalistas islámicas, como de los abusos indiscriminados del ejército israelí. Haddad recupera para el discurso la necesidad de repensar este conflicto en términos de antropología política, es decir, haciéndonos ver cómo, en condiciones de desesperación y violencia, operan los proyectos político-religiosos esencializadores, orientados a la consecución de ciertos fines estratégicos por encima de las poblaciones civiles que los sufren. Ahí estarían (por el lado judío) las ideologías sionistas de Gush Emunim, del Partido Religioso Nacional, del viejo Irgún o del propio Likud (partido conservador); frente a las posiciones (del lado palestino) de Hamás, las Brigadas de los Mártires de al-Aqsa o algunos de los Halcones de Fatah. Haddad no se muestra “buonista” o “conciliador”. Denuncia las masacres impunes de civiles palestinos, desnuda la agresión estructural a un pueblo legitimado por la historia para hacerse cargo de su propio futuro; sin embargo no cede ante el victimismo simplificador y sabe rastrear lo que de operación espuria tienen ciertos extremismos pan-islámicos.

Estaríamos, por tanto, ante un tipo de literatura que huye de los discursos autoreferenciales y se coloca en los planos de la ambigüedad. Porque sólo desde esa ambigüedad es posible repensar el conflicto, aprehender la realidad, cortar el nudo gordiano del estancamiento, devolver a sus posiciones complejas los cuerpos culturales y sociales que se han visto transformados, fragmentados, distorsionados, por la continuidad de la violencia. Precisamente, a mi juicio, uno de los elementos más interesantes de este libro es precisamente el saber situarnos desde la mirada de aquellos que reivindican un cierto laicismo, un cierto pacifismo, una cierta apertura intelectual aún dentro de esquemas y posiciones religiosas. Y esta perspectiva es novedosa para el gran público porque no es fácil encontrar en los medios de comunicación rastros de este enfoque. O se observa la herida desde los ojos de las familias israelíes diezmadas por una bomba en Jerusalén o Tel Aviv, o nos trasladamos al rostro arrasado de una madre palestina viuda tras una matanza en Ramalah o la franja de Gaza. Pero… ¿Y dónde quedan los israelíes pacifistas, defensores de los derechos civiles de los palestinos, dónde están los luchadores por una paz necesaria que permita la coexistencia de dos Estados, dos auténticos Estados? ¿Dónde están los palestinos que abogan por una autonomía fuerte, laica, defensora de los derechos históricos de su pueblo pero que denuncian los abusos de poder y la corrupción de las facciones enfrentadas de Hamás y Fatah? Éstos nunca aparecen, siempre quedan velados tras los paredones mentales que Occidente (y parte de Oriente Próximo) parecen haber erigido sobre este conflicto. Esta novela es un intento de disipar esas fronteras, de hacerlas más ambiguas, más porosas al análisis, sin olvidar por ello los asesinatos ni las atrocidades. Todo un aprendizaje que ha merecido en Francia el Premio Renaudot 2009 y el Premio de los Cinco Continentes de la Francofonía 2008. Una lectura recomendable.

Máscaras




Técnica: Carboncillo sobre papel. Madrid, 2008. Ernesto García López.

El búnker y el quiosco de libros




A pesar de su mala calidad, las dos imágenes superiores están tomadas en Tirana, capital de Albania, la noche del 27 de octubre de 2010, en el Parku Rinia. Aunque no se puede observar con nitidez, en la primera foto aparecen un búnker de la época de Enver Hoxha y justo al lado un quiosco de libros (que se puede contemplar con más detalle en la segunda foto). La imagen me resultó inquietante. En primer plano tenemos un ejemplo ruinoso de la neurosis colectiva que implicó la dictadura de Hoxha. Si uno viaja por el país encontrará, salpicando carreteras, colinas, pueblos, lagos, etc., cientos de pequeños búnkeres de hormigón defendiendo vaya a usted saber qué. En segundo plano intuimos una metáfora precaria de lo que los libros pueden llegar a representar. No obstante, estuve dándole vueltas al asunto. Lo que a priori parecía una mera contraposición, y más tomando en cuenta la realidad circundante, es decir, la de una ciudad y un país recién salido de la pesadilla autocrática pero que, furiosamente, parece verse abocado a sumergirse en otra pesadilla de naturaleza distinta (la de la sociedad capitalista neoliberal), no pude por menos que poner en cuarentena dicha contraposición.


El búnker podría simbolizar lo defensivo, el pensamiento parapetado, la imposibilidad de apertura hacia "lo otro", mientras que el quiosco de libros, desde su fragilidad y pequeñez, podría encarnar la libertad, la indagación, la lucha por el conocimiento y el disfruto estético. Sin embargo, a lo mejor el búnker y el quiosco de libros guardan una estrecha similitud. Ambos pueden llegar a ser territorios defensivos frente a una sociedad crecimiente injusta, cosificada, reducida a pura condición de objeto, desprovista de los atributos propios de lo humano, de tal suerte que ambos, búnker y quiosco, se erigen (en mitad del Parku Rina) en el último bastión de un imaginario libertario y autónomo. O quizá, búnker y quiosco, sean la ejemplificación máxima de hasta qué punto el delirio político y el delirio autoritario de un modo de razón/emoción pueden llegar a hermanarse, pueden llegar a convivir sin problemas. Pero el búnker y el quiosco, ambos dos, traducen (en cierta medida) distintas presencias inevitables en muchos libros, muchas estéticas, muchos acercamientos a lo literario. Todo depende del punto de vista desde el que se mire.




Foto de un búnker tomada en el municipio de Velipoja (norte de Albania), junto a la desembocadura del rio Buna.

Elegía, de Mary Jo Bang



Elegía supone el debut literario en España de la norteamericana Mary Jo Bang. Primer libro traducido y publicado en nuestro país de una autora que cuenta ya con una más que notable carrera en EEUU, de la mano de títulos como Apology for Want (1997), The Eye Like a Strange Balloon (2004) o The Bridge of E (2009). Elegía fue concebido entre junio de 2004 y junio de 2005, a caballo de dos continentes (América y la Liguria italiana) y, tal como nos adelanta en la contraportada su traductor, Jaime Priede, nace tras la muerte de su hijo por sobredosis. Estamos, pues, ante un poemario que intenta traducir en acontecimiento simbólico una de las más dolorosas experiencias que se pueden sufrir en la vida.

El poeta D.H.Lawrence decía que «la esencia de la poesía debe ser la franqueza descarnada; la soledad hecha poesía.» Y utilizaba el adjetivo stark (descarnado) para referirse a lo agreste, lo inhóspito, lo crudo. No se trataba (a los ojos del británico) de buscar la verosimilitud ni la verdad (recordemos el lema pessoano: el poeta es un fingidor), sino de recrear y proyectar la dimensión puramente animal, matérica, febril incluso, de toda existencia. En cierta medida esta forma de observar la poesía se incardina con algunas de las búsquedas del expresionismo alemán que, siguiendo la estela del post-impresionismo, persiguieron con empeño la recuperación de lo primitivo y lo incontaminado por el juego de espejos de la sociedad burguesa. En cierta medida, tras ese reclamo de “franqueza descarnada” se ocultaba y aún se oculta un linaje literario que, frente al formalismo esteticista, apuesta por la contundencia de las emociones y la reflexión existencial. Pues bien, a mi juicio, este libro de Mary Jo Bang transita por esta senda y se erige en potente representante de ese anhelo perseguido por Lawrence. La poeta norteamericana, sin perder un ápice de fuerza lírica, se muestra “descarnada”, huera: “Ya no puedo entender más el mundo como escenario / de mí misma, atrapada como estoy / en este echarte de menos. La añoranza se ha casado / con la llovizna. Por supuesto, las lágrimas / son sólo un aspecto / de la escenografía del dolor.” Y esa crudeza de la ausencia de un hijo se transustancia en hilo conductor para abordar otros muchos aspectos de la condición humana (siguiendo la estela de la mejor literatura elegíaca). Veamos algunos de esos otros aspectos.

La Aporía. El crítico y poeta norteamericano Wayne Koestenbaum (al hablar de este libro) señala que todo su recorrido desemboca en aporías. Recordemos que el término aporía (del griego απορíα, dificultad para el paso) hace referencia a los razonamientos en los cuales surgen contradicciones o paradojas irresolubles. Efectivamente, la experiencia de la ausencia del hijo desencadena en cada poema un conjunto de rupturas interiores que abandonan al yo poético a las puertas de una realidad desenfocada, imposible de asir por medio de las categorías del pensamiento establecidas. Mediante la expresividad de unos signos cuyos significados quedan ocultos, Mary Jo Bang nos da cuenta de “La drogada asperidad de la mente”, de esos “sencillos elementos / de experimentación singular” que, sin embargo, no pueden ordenarse: “Ahora sólo / eres un aspecto / de mi cerebro. Mis ojos / te ven. La balanza entre lo que eres / y lo que haces –la sintaxis / de la inacción versus la sintaxis / de la acción deliberada / se ha distorsionado hasta llegar a un estado semi-consciente.” El intento racional por asumir la desaparición del hijo produce un extrañamiento lírico de la realidad, un descentramiento del modo de aprehender el mundo.

Poesía indagatoria. Y es que, frente a la aporía, Mary Jo Bang proyecta un doble movimiento. Por un lado una aproximación de corte objetivista que trata de conquistar dicha objetividad por medio de la capacidad de formar inter-subjetividades. No se trataría, sólo, de establecer un diálogo desnudo entre un yo enunciativo (la propia poeta, la madre) y un tú que responde (el hijo ausente), sino de asumir a través de la palabra poética un estado intersticial, inter-subjetivo, que permita ir más allá de la aparente evidencia de lo desaparecido. De ahí que la poesía de esta autora tenga un fuerte componente heurístico, pues sus recursos estilísticos permiten abrir procedimientos para identificar nuevos problemas, nuevas indagaciones en la estructura de un problema (el de la ausencia). Su poesía pone en cuarentena la idea de enunciación poética, abre fisuras en el yo, desestabiliza el concepto de “confesión” para enraizarse en un discurso más inconsciente, abstracto, que pueda representar lo espeluznante del vacío: “¿Qué es hoy? ¿Dónde estoy? / ¿Qué naturaleza cruel pone los cables de un cerebro como éste? / ¿Para darle placer / y luego dejar que el placer se vuelva dolor? Decir que amaste a una persona. / Decir que esa persona ya no existe. / Trágico destino indefenso que sigue y sigue y sigue.”

Fuentes filosóficas en el pensamiento poético de Mary Jo Bang. Y es que el carácter heurístico e indagatorio de su poesía encuentra sólidos referentes no sólo en la obra de otras escritoras a quienes ella admira (como Sylvia Plath o Ingeborg Bachman), sino, sobre todo, en diversos autores filosóficos que posibilitan el “humus” conceptual sobre el cual germina su trabajo. Elegía, y su desconcertante asunción de lo inter-subjetivo, intenta rastrear en parte de la filosofía occidental contemporánea asideros desde donde encajar una experiencia tan terrible. Ahí estarían el pensamiento nietzscheano; el segundo Husserl (el de la fenomenología constitutiva) para quien la intersubjetividad es un dato constitutivo de la conciencia; Heidegger y su “dasein”, es decir, ese “ser-ahí” que implica interacción con otros seres y otras cosas (el “dasein colectivo”); el segundo Wittegenstein para quien el juego lingüístico (entendido como forma de vida) queda regulado por reglas de carácter público y, por extensión, también intersubjetivas; e incluso autores de corte existencialista como Merlau-Ponty en cuya arquitectura intelectual lo físico y lo mental tienen una conexión directa, al igual que en Mary Jo Bang lo físico (la propia materialidad de un cuerpo vivo, el suyo, otro desaparecido) y lo mental (la idea del hijo muerto y sus efectos ideacionales) se entrecruzan de manera dolorosa. Todo se erige en soporte de una escritura agitada, lucida, trágica incluso. Un texto donde se vinculan, tal y como señala su traductor, la lucidez emocional con el talento poético. “Estos florecimientos terrenales han arraigado / como los trenes plateados del maquinismo. / No oigo nada a ciegas en la noche salvo el sentido del movimiento. / El dolor exquisito para quien / medio se esconde en el árbol, hojas a sus pies. / Hojas caídas y sensaciones perdidas.”

No se lo pierdan, estamos ante un libro que dará que hablar.

EGL

Inconsciente de la lengua



El pasado 19 de octubre estuvo leyendo en Madrid el poeta chileno Raúl Zurita. Todavía siguen ardiendo en mi mente algunos versos, algunos instantes de desnuda emoción. Y uno de ellos fue la respuesta que ofreció a una pregunta en torno a la percepción de la poesía española desde Latinoamérica. “Demasiado educada”, dijo. Demasiado formal. Y apuntó cómo en la tradición española los “poetas del inconsciente de la lengua”, es decir, los hijos de las vanguardias, habían dejado poca huella. No seré yo, desde luego, quien refute al maestro. Al contrario, coincido en términos generales con su intuición. Sin embargo, me puse a repasar. Me pareció pertinente releer algunos textos. Rebuscar en mi humilde biblioteca libros queridos, autores respetados, antologías desgastadas por el uso. Y aunque resulta tangible que en nuestra más inmediata tradición (la que va desde los años cuarenta hasta los ochenta) el peso de los “discursos críticos” (como los denominan Andrés Fisher y Benito del Pliego) parecen haber dejado una huella débil, no es menos real tampoco que las condiciones histórico-sociales del país impedían, dificultaban y/o encapsulaban esos discursos en el seno de un mainstream apegado a la tradición y el realismo. Ahora bien, aún reconociendo esta intuición, creo que, en nuestro pasado, y con todas las precariedades del mundo, también ha existido (y todavía existe) un linaje vigoroso y continuado de poéticas que apelaban a ese lado del “inconsciente de la lengua”. Otra cosa es que su visibilidad haya sido fragmentaria, parpadeante (como destaca Marcos Canteli a propósito de poetas contemporáneos como Ildefonso Rodríguez, Miguel Suárez o Pedro Provencio). Otra cosa es que la reescritura del canon por parte de cierta oficialidad mediática y literaria durante los últimos veinte años haya estado cuajada de intereses en esa dirección. Y es que, por encima de otras muchas aseveraciones, la poesía española de posguerra, creo, guarda un fuerte componente de conflicto que, pocas veces, ha sido suficientemente reflejado en las aproximaciones críticas (con la excepción de algunos trabajos de, por ejemplo, Miguel Casado y Juan Antonio Masoliver Ródenas). Me explicaré mejor. Frente a las miradas canónicas que tipifican el proceso poético español de posguerra como un flujo y reflujo respecto de la tradición realista, considero que en todas sus etapas han existido obras y autores singulares que han sabido introducir y, por tanto, contraponer en el corazón de ese mismo proceso escenarios de desborde. De tal manera que, del mismo modo que los manuales deifican una y otra vez la idea de continuidad, podríamos aventurarnos a postular la idea contraria, la de la permanencia problematizadora de poéticas que se conectan con los hallazgos de las vanguardias históricas. En cierta medida este carácter conflictivo va más allá de lo estrictamente literario. Tiene dimensiones sociales, filosóficas y políticas, pues como decía Gramsci «la cultura dominante es la cultura de la clase dominante», de ahí que las poéticas hegemónicas vengan a traducir en buena medida los “sentires” estructurales de los grupos intelectuales dominantes, los poseedores del capital simbólico. Ahora bien, no voy a ser tan ingenuo como para pensar que los discursos poéticos dominantes suponen una traducción mimética de las oligarquías sociales y económicas, pues hemos de tomar en consideración la advertencia que ya nos hiciera Bourdieu cuando recordaba que «los intelectuales son, en cuanto detentadores del capital cultural, una fracción (dominada) de la clase dominante». Sin embargo, sí me parece razonable insistir en que la operación de “desproblematización” de la poesía española, guarda más relación con el “campo literario” que, en sí misma, con los propios textos. Hagamos, pues, una cala improvisada y, a todas luces, insuficiente.

Parece obligado comenzar con la figura de Juan-Eduardo Cirlot y, por ejemplo, su libro Cordero del abismo (1946), en cuyo poema “Ha sido dicho” no encontramos con fragmentos videnciales como éste:

Conmovedores testamentos rosas,
alejadísimos restos desnudos,
ramajes de cristal y de ceniza,
existen, y fulgor acongojado.

Arde la abandonada red radiante;
haz encendido de florales signos,
congregación externa en ramos de oro
de resistencias puras y afligidas.

En horas, en regiones, en mi llanto;
aquí, sobre lo negro y lo perdido,
clavado entre montañas y azucenas,
reside todo el pálido tormento.

Vastos temblores, palma encendidas,
inaccesibles superficies blancas,
llagas azules, bestias de dulzura,
irrealidades sidas largamente.

Golpes celestes cavan lo tendido,
lo rojo, lo cortado; la conquista
estéril del sollozo. Los desiertos
emiten un sonido inacabable.


[…]

O con Carlos Edmundo de Ory, padre de la primera vanguardia de posguerra (el Postismo), en cuyo libro Metanoia, se leen poemas como este Espasmo (1949)

Cuando ese hombre soy de mil pestañas
y barro el suelo con mi enorme párpado
en mi alcoba de anzuelos extrañísimos
busco el olor del mar que tañe solo

Cuando ese coro de algas largas sombras
habita mi memoria despeinada
coincido ante las manos enanas del vacío
y comprendo el vaivén de las horas heridas

Una noche ceñida al fuego solitario
entregado al espasmo de la espuma imposible
soporto la inconsciencia del gran asombro que
me hace callar como un espejo negro


Saltando a los años cincuenta, momento máximo de la poesía realista, podemos afirmar que también se superpusieron autores secretos, periféricos respecto del canon, si bien sólidos en sus indagaciones del lenguaje. Ahí estaría la figura de Francisco Pino, en cuyo libro Vida de San Pedro Regalado. Sueño (1956) nos enfrentamos a fragmentos como éste que adjunte correspondiente al poema XXXVIII (Verdaderas materias):

Mas la Imaginación ahí está;
más desnuda, más feliz;
vuela, profundiza, juega con materias insospechadas en el resplandor:
alturas, arrobos, hondones, ápices, amores, sacrificios, orientes, cautelas, ráfagas, ausencias, brisas,
y el Pensamiento se siente angélico
y con él todo el cuerpo.
Y, vaporoso, regocijado, ledo, el cuerpo vuela por los atajos, deslízase por las veredas, sube a cimas, cae por riscos, sigue como el agua un curso centelleante, resplandeciente,
y llega, llega, llega…


[…]

Y, cómo no, incluso dentro del armazón figurativo, la aparición de un escritor como Claudio Rodríguez significó una suerte de ruptura interior, de abertura lírica, rearme de nuevas posibilidades expresivas dentro de una conciencia de tradición rigurosa pero que no renunciaba a la multiplicidad del hecho poético ni a sus facetas menos controladas; capaz incluso de reconectar una parte de la lírica española con las tradiciones inglesas y/o francesas. Poemas como “Alto jornal” perteneciente a Conjuros (1958) podría ser una muestra (entre otras muchas) de ello:

Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto), mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
mas sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.


Y entrando en los sesenta nos encontramos con el trabajo de José Hierro que, tras sus reportajes (de clara impronta realista), inaugura el ciclo de las alucinaciones que suponen un aldabonazo en pos del “inconsciente”, la “videncia” y el hermanamiento de la razón y la emoción. Como si, fatigados, los substratos irracionalistas que acosaban al ser humano se hubieran rebelado de pronto. Un fragmento de su Alucinación submarina (1964) nos pone sobre aviso:

Tal vez os cueste comprenderlo. Yo mismo,
en este mármol verde de oleaje glacial,
no lo comprendo bien del todo.

Quizá nadie jamás reciba este mensaje.
o, cuando lo reciba, no sepa interpretarlo.
Porque todo, allá arriba, habrá variado entonces
probablemente. (Aquí seguirá todo igual)

Si entendieseis por qué viví…
Si sospechaseis cómo quise ser descifrado,
contagiar, vaciarme, a través de unas pálidas palabras
que daba vida el son más que el sentido…
Y cuando imaginaba que moriría, que enmudecería,
yo trataba de herir papeles con palabras,
poner allí palabras muertas, sin son y sin calor.


[…]

Esta línea de fuga no sólo se despliega en Madrid y el centro de la Península. También se encarna en voces significativas de Barcelona. La personalidad excéntrica de Alfonso Costafreda y su, por ejemplo, Compañera de hoy (1966) así como más tarde Suicidios y otras muertes (1974), nos permite vislumbrar un paulatino acendramiento de esta visión. Reconozcámoslo en un fragmento del poema Otras noches:

Estas noches de lluvia las oigo en los cristales,
estas noches de viento y no puedo moverme.

A la puerta del miedo vigila el celador,
prisionero infantil, no se desencadene.

Otras noches de lluvia profunda en los cristales,
otras noches de viento y vuelvo a interrogar.


[…]

Desemboquemos ahora otra obra, en mi opinión, importante, un poeta que encarna (a pesar de su escaso reconocimiento en el universo académico) esta problematización del lenguaje de la que estamos dando cuenta. Se trata de Diego Jesús Jiménez quien supo, como ningún otro, ampliar los límites de la tradición, en aras de construir un discurso estético de enorme sugerencia semántica donde quedan, sabiamente dibujadas, nuevas búsquedas expresivas. Desde su Coro de ánimas (1968), pasando por Fiesta en la oscuridad (1976) hasta sus celebrados Bajorrelieve (1990) e Itinerario para náufragos (1996), su imaginario (como señalara Manuel Rico en la antología publicada en 2001) perseverará en una constante construcción autocrítica. Este fragmento de Coro de ánimas ilustra dicha exigencia:

Seres
que amé, páginas
de un libro antiguo, huesos
oxidados, medallas, cráneos difuntos que se deshacen
bajo la luz, voces
que se quejan, gritos
de desamparo. Veo sólo deshonra ante la muerte, miedo,
desconsuelo, tal vez.


[…]

Los setenta significan (más allá de la nómina publicitaria ofertada por la antología de Los Novísimos) un rearme de las conciencias del desborde. Una auténtica fractura del orden establecido, asaltado no sólo por una nueva promoción en ciernes, sino también por la irrupción de libros de poetas mayores que contribuyen a reconfigurar la temperatura estética de la poesía española. Zurita nos hablaba de la poesía del inconsciente de la lengua. Pues bien, ahí tenemos a escritores de la talla de José- Miguel Ullán, que ya desde su Amor peninsular (1965) recogido después en la Antología salvaje (1970) constituyen un desafío total a los dogmas impuestos hasta ese momento. Tomemos una estrofa como ésta a modo de laboratorio:

sofocados en medio del desierto
con un hijo lanzado a ser oasis
qué lejano mujer aquel instante
en que dije ser hombre solitario
robinsón eternal sobre tu vientre
que hoy es fecha de atar los cabos sueltos
acariciar la huelga
domesticar a pulso la batalla
emprendiendo mortales la andadura
a través de esta aldea acaudillada
con un tibio cuchillo entre los labios


[…]

O como Concha Lagos, que aún viniendo de la tradición anterior, produce en esta década una trilogía de gran interés formada por El cerco (1971), La aventura (1973) y Fragmentos en espiral desde el pozo (1974). Como bien indicó en la Antología de poetas españoles contemporáneos 1936/1970 María Dolores de Asis: «paso a paso se propone seguir, dejando correr libremente la intuición, más adivinadora siempre, más certera y espontánea que la razón.» Traslademos esa intuición a unos versos del poema Una noche en el Monte Pelado (Mussorgky)

Si a pesar de los signos siguiera este latir,
como fantasma iría eternamente el hombre
con máscaras antigás, antimuerte, antisueños.
anti toda crueldad.
¡Si al menos inventara la máscara antipena…!


[…]

Y, por supuesto, la figura de Antonio Gamoneda, quien con la publicación de Descripción de la mentira (1976) dinamita, definitivamente, el satus quo de lo prescrito, dando a luz a una obra que aún hoy sigue asombrando por su coherencia y que tiene en las últimas promociones de poetas jóvenes a sus máximos valedores. Con Descripción de la mentira se abre una etapa esencial en el discurrir de este linaje artístico dentro de nuestro país. A todos nos emocionan aún los versos que inauguraban ese libro:

El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición.

El olvido entró en mi lengua y no tuve otra conducta que el olvido,

y no acepté otro valor que la imposibilidad.


[…]

Pero si existe un consenso (fuera y dentro de nuestras fronteras) sobra la figura que confirma y consigna, quien desde el seno mismo del canon de posguerra y sus altas jerarquías exorciza los discursos acomodaticios de la continuidad, dando muestras de una valentía intelectual poco común en nuestras letras, será la figura de José Angel Valente. Toda su obra posterior a Material memoria (1979) formaliza, después de mucho tiempo, un contrapoder a la tradición realista. Podríamos elegir cualquiera de sus textos, me limito a proponer éste:

La repentina aparición de tu solo mirar en el umbral de la puerta que ahora abres hacia adentro de ti. Entré: no supe hasta cuál de los muchos horizontes en que hacia la oscura luz del fondo me absorbe tu mirada. Nunca había mirado tu mirar, como si sólo ahora entera residieses en la órbita oscura, posesiva o total en la que giro. Si mi memoria muere, digo, no el amor, si muere, digo, mi memoria mortal, no tu mirada, que este largo mirar baje conmigo al inexhausto reino de la noche.

Y para acabar este repaso atropellado, llegamos a los años intersticiales que nos introducen en la década de los ochenta, periodo que supone el rearme de la estética realista, pero que tampoco se ha mantenido al margen del carácter conflictivo del que quiero dar cuenta. Son varios los autores que podríamos elegir para seguir ilustrando este linaje de corte vanguardista, pero particularmente me interesan tres de ellos: Aníbal Nuñez, Blanca Andreu y Olvido García Valdés. El primero, con libros como Definición de savia (1974), aunque publicado en 1991, Cuarzo (1981) o Alzado de la ruina 1983), significa una de las personalidades más sugerentes de la poesía española contemporánea. Ahí quedan poemas como esta Arte poética incluida en su libro Cuarzo:

Comenzar: las palabras deslícense. No hay nada
que decir. El sol dora utensilios y fauces.
No es culpable el escriba ni le exalta
gesta o devastación, ni la fortuna
derramó sobre él miel o ceguera.

Escribe al otro lado del exiguo gorjeo,
a mano. Busca en torno (fruta, lápices) tema
para seguir. Y sigue –sabe bien que no puede-
haciendo simulacro de afición y coherencia:
la escritura parece (paralela, enlazada)
algo. Un final perdido lo reclama
a medias. Fulge el broche de oro en su cerebro,
desplaza al sol extinto,
toma forma –el escriba cierra los ojos- de
(un moscardón contra el cristal) esquila.

Un rebaño invisible y su tañido escoge
entre símbolos varios del silencio; e invoca:
«Mi palabra no manche intervalos de ramas
Y de plumas: no suene.» Terminar el poema.


O el terremoto que supuso la publicación de De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall (1979,1980) de Blanca Andreu que lideró, aún sin proponérselo, el primer rechazo al, por entonces, recién inaugurado dominio realista de la Nueva Sentimentalidad granadina. Todavía laten (como en el caso de Gamoneda) en nuestra memoria los primeros versos del libro:

Di que querías ser caballo esbelto, nombre
de algún caballo místico,
o acaso nombre de Tristán, y oscuro.
Dilo, caballo griego, que querías ser estatua desde hace diez mil años,
di sur, y di paloma adelfa blanca,
que habrías querido ser en tales cosas,
morrite en su substancia, ser columna.


[…]

Acabo. La poesía de Olvido García Valdés, claramente reconocida hoy como una de las trayectorias más innovadoras y singulares de nuestra poesía reciente, ya atesoraba las semillas del “inconsciente de la lengua” en sus primeros libros. Veamos un ejemplo en el fragmento tercero del poema Exposición de su La caída de Ícaro (1982-89):


Hiere la luz, te hiere el ruido de las calles
en abril,
te hiere el movimiento de las gentes
que no conoces, tan callada por dentro.
Y lentamente vas a verla,
la vida es blanco y negro en el espejo,
el tiempo, ahora, se mide en blanco y negro,
unidades exactas del pozo que te excavas.
No existen tús –ya nadie escucha,
ya no pronuncias
las frases del vacío-,
existe un tú que sabes que no existe
-qué hilo tan frágil
uniéndote a la vida-,
no existen tús, ya sólo existe el miedo,
ese yo que es el miedo,
y el silencio del mar.


Podríamos seguir buceando. Pero me temo que ya he abusado, con mucho, de la paciencia del lector. Las palabras de Zurita siguen rebotando en mi cabeza. Así como la conciencia de necesitar mucho más tiempo para releer nuestra inmediata tradición. En un post anterior esbocé dicha necesidad a propósito de Machado. Me temo que toca el turno ahora de nuestra poesía de posguerra.

EGL.

Fragmentaria



Otra buena razón para el encuentro poético. El próximo 25 de octubre (lunes) a las 20:00 en el Ateneo de Madrid se presentarán los cuatro próximos autores de la colección FRAGMENTARIA que dirije el también poeta Luis Luna dentro de la Editorial Amargord. Los autores que van a participar y cuyos libros podremos, en breve, tener en las librerías serán:



Benito Del Pliego (Madrid, 1970). Ha publicado cuatro libros de poemas: Fisiones (Madrid: Delta Nueve, 1997), Alcance de la mano (Nueva Orleáns: edición de autor, 1998), Índice (Alcira: Germanía, 2004) del que prepara, en colaboración con Pedro Núñez, una edición virtual para El Águila Ediciones (elaguilaediciones.wordpress.com) -por este poemario recibió el Premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya en 2004- y Merma (Tenerife, 2009). Zodiaco (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2007) es un anticipo de Fábula, libro que se edita en la colección Fragmentaria de Amargord. También cultiva la poesía en su vertiente plástica, como se puede ver en Todos o casi todos. Antología de poesía visual, experimental y mail-art en España (Palencia: Cero a la izquierda, 2004). Como investigador-ensayista ha dedicado su atención a poetas como León Felipe, Juan Larrea, Antonio Gamoneda, Ana Becciu y José Viñals —de cuya obra ha realizado una selección antológica en colaboración con Andrés Fisher. En la actualidad ultima una antología bajo el título Extracomunitarios: poetas latinoamericanos en España. Desde 1997 vive entre España y los Estados Unidos. Es profesor en el Departamento de Lenguas y Literaturas Extranjeras de Appalachian State University, Boone, Carolina del Norte.

Dolan Mor (Pinar del Río, Cuba, 1968). Licenciado en literatura y español. Desde 1999vive exiliado en Aragón (España). Autor de los libros El plagio de Bosternag (2004), Las historias de Jonathan Cover (2005), Seda para tu cuello (2006) y Nabokov’s Butterflies (2007). Su obra aparece recogida, también, en la antología de recientes poetas españoles Los chicos están bien: Poesía última (2007) y en la reedición de Las cuatro puntas del pañuelo: Poetas cubanos de la diáspora, galardonada con el Premio de Cuban Artists Fund, con sede en Nueva York. Ha recibido el Premio de la Delegación del Gobierno en Aragón (2006) por el poemario Nabokov’s Butterflies, y el Miguel Labordeta de Poesía (2007) por Los poemas clonados de Anny Bould. En la actualidad sus textos están siendo traducidos al polaco. Colabora en revistas españolas e hispanoamericanas como Turia, Remolinos o Rusticatio.

Yulino Dávila (Perú, 1952). Estudió Psicología Social en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima), se inició en la poesía a finales de los años sesenta y viajó a Europa en 1977. Colaboró con la Editorial Banda de Moebius durante su estancia en Madrid. Vive actualmente en Barcelona, donde ha sido lector de la Editorial Planeta. Ha trabajado largo tiempo como bibliotecario del Instituto de Estudios Norteamericanos y ha colaborado como crítico literario para diversos medios de información. Tiene en su haber dos libros de poemas: El tratante (Lima, 1995) y Hebras de Malasaña (Lima, 1998, con ilustraciones del autor). Otros libros suyos permanecen inéditos. Ha realizado dos exposiciones individuales de dibujos, en la Galería Acrópolis (Lima, 1975), y en la galería-café Casa Fugger (Madrid 1987), así como una exposición colectiva en París, en la Galería Edifor (2006). Sus dibujos han servido para ilustrar portadas de libros y discos.

Carlos Huerga (Madrid, 1977). Licenciado en Filología Hispánica y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Complutense. Ha sido lector de Español en la Universidad de Lille 1 (Francia). Trabaja como profesor de lengua y literatura y coordina varios Clubs de Lectura de la Red de Bibliotecas del Ayuntamiento de Madrid. Obtuvo su DEA en literatura hispanoamericana y realiza su tesis doctoral sobre las huellas de Witold Gombrowicz en la literatura hispánica. Es codirector de la revista www.deriva.org desde su fundación en 2003 donde también ejerce la crítica literaria. Es autor del libro de poesía Un hombre en el umbral (Ed. Amargord, 2010).

Bifronte



Técnica: Acuarela y Conté. Londres, agosto 2010. Ernesto García López.

Tristan Tzara y Antonio Machado




La otra noche me puso sobre aviso el poeta Óscar Curieses: Tristan Tzara, uno de los padres de las vanguardias europeas, sentía auténtica veneración por Antonio Machado. Y el testimonio de ese respeto lo suscribió en un poema titulado Para Antonio Machado, que reza así:

Velada de los mares en el frente de las fuentes
En la palma de tu presencia Collioure
Yo he acariciado la eternidad yo he creído en ella
Y en el vivo silencio de tu viña
Yo he enterrado el recuerdo y la amargura

Humo de otoño negro pedregal
Minuto tras minuto ha colocado su ladrillo
Alrededor de la casa del solitario
El viento afila el cuchillo en la montaña
El invierno le ofrece ya su pecho

Qué importa en el corazón de la melancolía
Se inscribe una vida ligera de lagarto
Qué importa bajo la sal de la luz
Que una sonrisa como un látigo venga a iluminar los dientes
En las mismas comisuras de la vida serena

Toda la tierra entre las tierras de Castilla
Reposa en tu tierra con lentos secretos de amistades
Y desde el olivo tardío hasta el mar siempre joven
La voz de la tierra se mezcla con la bravura jamás vencida de Castilla
Incluso por la muerte por la sangre poderosa de la brizna de hierba en primavera.

(Traducción de Manuel Álvarez Ortega, Poesía francesa contemporánea, Akal, 1983)


Y tras su lectura no pude por menos que sentir perplejidad y satisfacción. Perplejidad al comprender que, para un lector hispano, hermanar en una misma frase los nombres de Machado y Tzara implica desasirse, primero, de una pesada carga, aquella que durante demasiado tiempo quiso imponer (desde ciertos medios de comunicación y ciertas capillas literarias) la visión de una literatura figurativo-experiencial (heredera, supuestamente, de la estirpe machadiana) que nada tenía que ver con la vanguardia y la aventura del lenguaje. Y que esta tradición era la única, la genuina, la propia de nuestro ethos literario. E inmediatamente sentí una honda satisfacción por reconocer cómo las conexiones estéticas superan, con mucho, esos estrechos vampirismos a los que algunas maras literarias nos tienen acostumbrados. Antonio Machado lleva demasiado tiempo secuestrado. Deformado tras quienes sienten injusto desprecio por las vanguardias, sean éstas históricas, modernas o postmodernas. Guardado bajo siete llaves. Y al leer una y otra vez el poema de Tzara me voy dando cuenta de cuan espuria es esta mistificación, otra más de las muchas con las que tenemos que lidiar a diario, pues quizá oculta una operación de más largo alcance: negar la multiplicidad de la lectura. Reducir a escombros la heterogeneidad de la propia tradición poética española, travestida en una suerte de campo de concentración homogéneo, unívoco en sus perspectivas. Van a hacer falta muchos Tzaras capaces de desbordar nuestros prejuicios. Capaces de proyectar miradas laterales, insumisas a los dogmas que se han venido levantando, lentamente, sobre nuestras conciencias. Para quienes se empeñan en reducir a Machado y travestirlo en mero autor confesional, me gustaría recordarles estas palabras de Roland Barthes: Si tomamos en cuenta que ha pasado por nosotros el psicoanálisis, la crítica sartreana de la mala conciencia, la crítica marxista de las ideologías, la idea de confesión es inútil. La sinceridad no es más que un imaginario de segundo grado.

Sigamos buscando a Tzara. Sigamos repensando nuestra tradición.


Cuatro citas para el mes de octubre con la poesía latinoamericana

Octubre arranca con muchas lecturas y presentaciones de poetas latinoamericanos. No en vano, para algunos, Madrid se está convirtiendo en una suerte de "nueva París" donde la poesía hispanoamericana y española se encuentran tras décadas de prolongado aislamiento. Las cuatro sugerencias que a continuación presentaré participan de este clima y nos felicitamos todos por ello. Aquí van:

Jueves 14 de octubre, a las 20:00 en la Librería del Centro de Arte Moderno (C/ Galileo, 52), presentación del libro "Las linternas flotantes" de la escritora argentina Mercedes Roffé. Además de la autora participarán Jordi Doce y Ernesto García López.



Martes 19 de octubre, a las 19:30 en la Librería Iberoamericana (C/ Huertas, 40), lectura del poeta chileno Raúl Zurita, presentado por Niall Binns y Andrés Fisher.



Jueves 21 de octubre, a las 19:00 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, homenaje al poeta argentino-español José Viñals con motivo de la presentación de su antología "Caballo en el umbral" publicada por la Editora Regional de Extremadura. Participarán además de los antólogos Benito del Pliego y Andrés Fisher, otros poetas que pondrán voz a los poemas.



Jueves 28 de octubre, a las 20:00 en la Librería Iberoamericana (C/ Huertas, 40), lectura del poeta argentino Reynaldo Jiménez.



Por si hubiera alguien que quiera ampliar los perfiles de estos autores, dejo a continuación algunas indicaciones (tomadas todas ellas de internet, wikipedia y Obituario de El País).

Mercedes Roffé (Buenos Aires, 1954) Ha publicado: Poemas (Madrid: Síntesis, 1977), El tapiz (bajo el heterónimo Ferdinand Oziel; BsAs: Tierra Baldía, 1983), Cámara baja (BsAs: Último Reino, 1987; Chile, Cuarto Propio, 1996), La noche y las palabras (BsAs: Bajo la luna llena,1996; Chile: Cuarto Propio, 1998), Definiciones Mayas (New York: Pen Press, 1999), Antología poética (Caracas: Pequeña Venecia, 2000), Canto errante (BsAs: tsé-tsé, 2002), Memorial de agravios (Córdoba: Alción, 2002), la antología Milenios caen de su vuelo (Tenerife: Colección Atlántica de Poesía, 2005), La ópera fantasma (Buenos Aires, Bajo la luna, 2005) y Las linternas flotantes (Buenos Aires, Bajo la luna, 2009).

La editorial Quaderni della Valle ha publicado una selección de su obra en traducción al italiano, L’algebra oscura (Bari: 2004). También han aparecido en Montreal sus libros Définitions mayas et autres poèmes (2004) y Rapprochements de la bouche du roi (2009), en edición bilingüe español-francés, bajo el sello Éditions du Noroît (Quebec, 2004). A principios de 2008, Shearsman Books (Exeter, UK), publicó la primera antología de su obra en traducción al inglés, Like the Rains Come. Selected Poems (1987-2006).

Entre otras distinciones, recibió una Beca de la Fundación John Simon Guggenheim, en poesía (2001).

Su obra ha aparecido en reconocidas revistas literarias de España y Latinoamérica, tales como Periódico de Poesía y Alforja (México), Poesía y La tuna de oro (Venezuela), RevistAtlántica (Cádiz), La alegría de los naufragios y El signo del gorrión (Madrid), Poesía080 (Barcelona), Aérea (Chile), Tokonoma, Abissynia, La pecera, tsé-tsé, La guacha y Hablar de poesía (Argentina), y en periódicos como ABC y El País (Madrid), El Nacional y El Universal (Caracas) y Página12 y Clarín (BsAs).

En traducción, poemas suyos fueron publicados en los Estados Unidos en revistas de poesía experimental tales como Chain, The Literary Review (Número especial “Global New York, editado por Leonard Schwartz), A*Bacus y Exact Change Yearbook (compilada por Peter Gizzi, Boston, 1995), así como en la revista virtual Sibila, co-dirigida por Régis Bonvicino (Brasil) y Charles Bernstein. Colaboró asimismo en el número especial de la revista Boundary2: An International Poetics Symposium, editado por Charles Bernstein (Durheim, 1999). En versión al francés, han publicado o publicarán en breve selecciones de su obra Le Journal de Poètes (Bélgica), Revue Liberté, Estuaire y Contre-jour (Montréal), así como la revista Ici & là (París).

Ha traducido del inglés a los poetas Leonard Schwartz, Adrienne Rich, Erín Moure, así como editado y traducido una antología de la poesía de Jerome Rothenberg, Poemas para el juego del silencio (Valencia, España: Editorial Germanía, 2004). Actualmente trabaja para la editorial de la Universidad de Puebla, México, en la traducción al español de una antología de textos indígenas norteamericanos. Para la editorial Bajo la luna, prepara la primera edición en español de los relatos del pintor simbolista Odilon Redon, los cuales aparecerán próximamente bajo el título Noche de fiebre y otros relatos (Madrid/Buenos Aires, Bajo la luna, 2010). En 2011 aparecerá en la misma editorial su traducción de Mujer de rápido hablar y otros poemas, de la poeta norteamericana Anne Waldman.

Es Profesora de Letras Modernas por la Universidad de Buenos Aires y Doctora en Literatura Española y Latinoamericana por la Universidad de Nueva York (NYU). Es autora del ensayo sobre literatura medieval La cuestión del género (Delaware: Juan de la Cuesta, 1996). Ha impartido clases de literatura española y latinoamericana a nivel universitario, y dictado talleres de escritura creativa en Buenos Aires, Madrid, Quebec, los Estados Unidos y Venezuela.


Raúl Zurita estudió en el Liceo Lastarria. Inició estudios universitarios de Matemáticas y se licenció como Ingeniero Civil en Estructuras por la Universidad Técnica Federico Santa María de Valparaíso. Su obra se ve marcada en la época de los setenta por la dictadura militar impuesta por Augusto Pinochet en Chile tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Militante comunista, fue detenido, encerrado y torturado en una de las bodegas del carguero Maipo junto a numerosas personas. A partir de este momento, realizó diversas acciones artísticas que pretendían integrar y ampliar de forma crítica y creativa las diferentes concepciones de arte y vida.

En esta época nace también el grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte), que se enmarca dentro de lo que se conoce como Escena de Avanzada, y donde participa junto al sociólogo Fernando Balcells, y los artistas Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Diamela Eltit, quienes basaban su postura artística en el uso de la ciudad como un espacio de creación. Zurita es considerado como uno de los más radicales de este grupo. Realiza variadas acciones utilizando su cuerpo como medio de expresión, algunas de las cuales llegaban a la autolesión o automutilación: arrojarse amoniaco a los ojos, o quemar su mejilla con un fierro ardiente. También realizó una performance masturbatoria en 1979 -No, no puedo más- en la galería Cal de Santiago frente a una pintura de Juan Dávila.

En 1982, su obra creativa da un nuevo paso con el poema La vida nueva, escrito en los cielos de Nueva York, usando como herramienta una avioneta que arrojaba humo. Esta creación estaba compuesta por quince frases de 7-9 kilómetros de largo, en español. El trabajo fue registrado en vídeo por el artista Juan Downey. Otra acción artística consistió en plasmar en el desierto de Chile sus versos "Ni pena ni miedo" (24°2′16″S 70°26′24″W / -24.037724, -70.440034), en 1993, para que pudieran ser leídos desde el cielo. Con estas iniciativas intenta sobrepasar el concepto tradicional de literatura, acercándose al de arte total. Entre 1979 y 1993 Zurita escribe la trilogía Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982) y La Vida Nueva (1993), en la que recorre los más variados paisajes desde desiertos, playas, cordilleras, pastizales y ríos. Estas obras están consideradas entre las más importantes de su producción.

En el año 2000 recibe el Premio Nacional de Literatura de Chile. La presidenta del jurado, la entonces Ministra de Educación, Mariana Aylwin, expresó que consideraba la obra de Zurita, como "la valorada renovación de su obra lírica, así como el reconocimiento que ha tenido en la crítica especializada y su trabajo en los talleres de literatura". A mediados del año 2006 publica Los Países Muertos, libro que provoca una fuerte polémica ya que en él se mencionan varios personajes del quehacer cultural nacional. A fines del 2007, publica en México Las ciudades de agua, y más adelante ese mismo año Cinco Fragmentos. Durante el 2008 continúa publicando fragmentos de su última gran obra, titulada Zurita: un texto de más de 700 páginas donde pretende cerrar el ciclo de Purgatorio' creando al mismo tiempo un intertexto con su obra de cabecera, La Divina Comedia.

Zurita ha sido profesor de literatura en la California State University y actualmente enseña en la Universidad Diego Portales.

Varios investigadores extranjeros han dedicado tesis a la escritura poética de Raúl Zurita, como el francés Benoît Santini (Le discours poétique de Raúl Zurita : entre silence et engagement manifeste dans le Chili des années 1975-2000, 2008).

Sus libros han sido traducidos al inglés, alemán, sueco, griego, árabe, italiano y ruso.


José Viñals está considerado uno de los escritores imprescindibles de la literatura española contemporánea. El poeta, ensayista, dramaturgo y narrador de novelas y cuentos, falleció el 27 de noviembre, a los 79 años, en Málaga, adonde había trasladado su residencia hace unos años desde Jaén, la ciudad donde recaló en 1979, primero por motivos familiares y después, políticos. Nacido en la localidad argentina de Corralito (Córdoba), en 1930, poseía un mundo lírico de gran riqueza y complejidad en el que desde un comienzo se percibía un profundo dominio de los recursos expresivos. Su obra poética, despojada de todo lo innecesario y ligada a una constante búsqueda, conmueve hasta lo inesperado. De padres españoles (sus antepasados procedían de Losar de la Vera, en Cáceres), desarrolló en Argentina durante los años cincuenta una intensa actividad en el mundo del arte, el cine y la fotografía. Su primer libro de poesía, Entrevista con el pájaro (1969) está considerado como una obra de culto en el contexto de la pos-vanguardia lírica de Latinoamérica. Sin embargo, el gran flujo de producción y publicaciones -más de una treintena de títulos- la hizo en España, como Milagro a milagro (Hiperión, 2000), Padreoscuro (Montesinos, 1998) o He amado (La Poesía, señor hidalgo, 2006). Su último libro publicado fue Pan (Pre-textos, 2009).

Reynaldo Jiménez. Nació en Lima en 1959. Reside en Buenos Aires. Publicó Tatuajes (1980), Eléctrico y despojo (1984), Las miniaturas (1987), Ruido incidental/El té (1990), 600 puertas (1993), La curva del eco (1988, segunda edición, 2008), Musgo (2001), La indefensión (2001), Sangrado (2006). Dos antologías breves: Shatki (2005, selección, traducción al portugués y prólogo de Claudio Daniel) y Ganga (2007, selección y edición de Andrés Kurfirst y Mariela Lupi, prólogo de Mario Arteca.)

También ha publicado, en prosa, Por los pasillos (1988) y Reflexión esponja (2001). Como antólogo: El libro de unos sonidos. 14 poetas del Perú (1989) y su versión ampliada El libro de unos sonidos. 37 poetas del Perú (2005). Compiló con Adrián Cangi Papeles insumisos de Néstor Perlongher (2004). Del portugués tradujo parcialmente la obra de varios poetas brasileños. Desde 1995, junto a Gabriela Giusti, produjo la revista-libro (y el sello editorial) tsé-tsé. Con Fernando Aldao, bajo el nombre de Atlanticopacífico, editó el cd La indefensión (2002), y como Ex puso a circular otra parte de sus grabaciones en internet, donde también publicó recientemente algunos videopoemas.

Caballo en el umbral. Antología poética de José Viñals.



Debemos felicitarnos. La Editora Regional de Extremadura acaba de pùblicar la Antología poética de José Viñals (1930-2009), magníficamente preparada por los poetas e investigadores Benito del Pliego y Andrés Fisher. José Viñals constituye uno de esos casos en los que las categorías literarias asentadas en los mundos académicos y/o críticos más complacientes, acaban por desbordarse. Se trata de un autor intersticial. A medio camino entre dos identidades: la latinoamericana y la española. Siempre en el filo de la realidad y la irrealidad. Disipando las fronteras que separan tradición y vanguardismo. Periférico a los grandes centros de la actividad literaria (Jaén frente a Madrid o Barcelona). Contaminando lo narrativo de lo lírico y lo lírico de lo narrativo. Apasionado por el acontecimiento de la escritura en tanto acontecimiento, desligándolo de todo aquello que lo subordina ideacionalmente.

El próximo 21 de octubre, a las 19:00, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, tendremos la oportunidad de homenajearle mediante la presentación de esta antología y la lectura colectiva de algunos de sus textos más importantes.

Dejo aquí uno de los poemas que se incluyen en este volumen, y también un vídeo del propio Viñals recitando. Volvamos a la voz del poeta.

VISIONES

No nos poníamos de acuerdo. Donde ellos veían una lámpara, nosotros veíamos una lámpara. Donde ellos veían un hombre, nosotros veíamos un hombre. Donde ellos veían una majada, nosotros veíamos un cordero, uno solo, con los ojos enormes.

Nosotros veíamos las cosas agrandadas en razón de nuestra pequeña estatura; y la unidad, en lugar de la multiplicidad, a causa de nuestras obsesiones.

Pero ellos veían las cosas exactamente como eran -y no nos poníamos de acuerdo- a causa de que comenzaban a ser estériles y, tal vez, moribundos.

Pero ellos se llamaban a sí mismos: los Fecundos y los Vitales. Las mayúsculas eran exclusivamente obra nuestra.

Ellos no pudieron menos que llamarnos: ; nosotros no pudimos hacer otra cosa que llamarlos: ustedes.

JOSÉ VIÑALS


Forrest Gander




Aquí dejo una lectura del poeta norteamericano Forrest Gander realizada en Buenos Aires en 2008. Para quien no le conozca recomiendo su excelente Libreto para Eros, recientemente publicado en España y que pueden encontrar en http://amargordtransatlantica.blogspot.com/

Igualmente adjunto un poema de ese libro, titulado Sueño recurrente (la traducción es de la poeta mexicana afincada en EEUU, Valerie Mejer). Que lo disfruten.


Temprano, en la noche azul, murciélagos revolotean
en la calle a través de la lámpara que ilumina en isósceles.
En un impulso, tanto signos como soluciones:
Ella mira hacia arriba.

En la otra manzana, el camión de los helados
da la vuelta con su música. Un mundo por consenso
familiar da un giro en la fractura.

El hombre muerto se estaciona en la cochera.
Ella mira desde el umbral
mientras que detrás de ella una televisión
anima la pared. Ella reconsidera

cómo pudo llevarse a sí mismo desde el cementerio
hasta la casa, encorvado hacia delante,
su rostro inmóvil contra el volante.
Qué limitadas son las posibilidades

de nuestra reacción
al pasado inerte, al lodo endurecido,
a la demostración de aquel día de un fenómeno puro.

Congelada en la puerta corrediza, ella mira fijamente
a la figura sentada, grotescamente quieta en el coche estacionado.

Y no recuerda nada más que este sueño,
como si este le dijera: Aquí está el mundo. Tú
ni sabes de la violencia
en la que estás implicada.

FORREST GANDER

Roger Santiváñez o la poesía Cyborg




Hace un par de meses colgábamos en este blog un poema del poeta peruano Roger Santiváñez correspondiente a su libro “Labranda”. Pues bien, volvemos otra vez a su poesía para dar cuenta de “Amaranth, precedido de Amastris” que la editorial Amargord (Colección Transatlántica) acaba de publicar este año.

Para quién no lo conozca esbozaré levemente algunos rasgos de su biobliografía recogidos en la propia edición del libro. Nacido en la ciudad de Piura (costa norte del Perú) en 1956. Cursó estudios de Artes Liberales en la Universidad de Piura y de Literatura en la de San Marcos, Lima. Doctorado en Temple University, Filadelfia, con una tesis sobre el poeta chileno Enrique Lihn. Militó en diversos grupos de post-vanguardia contracultural como “La Sagrada Familia” (1977), “Hora Zero” (1981) y “Movimiento Kloaka” (1982-84), "Comité Killka" (1990) y en el Centro Contracultural “El Averno” (1998). Promotor de rock y periodista en Lima. Diversos premios en su haber como el J.M.Eguren de Nueva York en 2005. Actualmente profesor de español en Saint Joseph´s University, Filadelfia. Vive a orillas del río Cooper, sur de New Jersey.

Este poeta llegó al público español de la mano de Eduardo Milán y su antología “Pulir Huesos. 23 poetas latinoamericanos (1950-1965)”. Cuenta, entre otros, con los siguientes libros: “Eucaristía”, “Dolores Morales de Santiváñez, Selección de Poesía (1975-2005), “Amastris”, “Labranda” y el que hoy nos ocupa.

En su influyente ensayo “A Manifiesto for Cyborgs”, la feminista Donna Haraway, daba cuenta del «cyborg» como una «criatura en un mundo de postgénero», una marca crítica radical a las dualidades y polaridades del logocentrismo occidental. Esta figura supone un enfrentamiento con todo lo que ha edificado el pensamiento de Occidente, bebiendo de las perspectivas feministas y postcoloniales contemporáneas para quienes la lucha por los significados de la escritura es una importante forma de lucha política. Tal y como señalan Raman Selden, Peter Widdowson y Peter Brooker en “La teoría literaria contemporánea” (Ariel, 2000): «la política de los cyborgs es la lucha por el lenguaje y la lucha contra la comunicación perfecta, contra el código único que traduce/transcribe de forma perfecta todos los significados, el dogma central del faloegocentrismo», dando como resultado una suerte de “historia de extraños”. De este modo, la autora norteamericana denominaba “autores cyborgs” a aquellos que celebraban su ilegitimidad y trabajaban para subvertir los mitos centrales de la cultura occidental.

Aún a riesgo de trasladar hacia lo literario, sin demasiadas precauciones nomológicas, un análisis emergido dentro de las ciencias sociales, me parece especialmente afortunado este enfoque para hablar de Santiváñez y de su libro “Amaranth”. Porque, en mi opinión, este texto ejemplifica de manera elocuente el principio Cyborg de la escritura tal y como quedara codificado por Haraway. La poesía de Santiváñez también supone una ruptura radical con los topoi de la significación poética, de la enunciación poética. Atravesado por la herencia vallejiana. Incorporados como segunda piel los discursos contraculturales, las diferentes corrientes de pensamiento postestructuralistas y postmodernas. Revitalizada la oscura sombra del Barroco. Roger Santiváñez se lanza al asalto de los “significados de la escritura poética” sin más ataduras que la precariedad del lenguaje y una vocación decidida por romper los amarres heredados (incluidas algunas de las herencias vanguardistas latinoamericanas).

Amaranth es, ante todo, un ejercicio de libertad consciente de sus propias quebraduras. Los tercetos desarmados sin rima ni versificación homogénea, parecen agujerearse como quesos de gruyere, dando como resultado poemas extraños, alucinados, híbridos en su lenguaje, donde lo culto se amalgama con lo popular, donde el habla se retuerce hasta configurar un territorio semántico distinto, aparentemente irreal, pero saturado de referencias a la condición sociohistórica del personaje. Tal y como proponía Donna Haraway, tras leer a Santiváñez se te queda una sensación de extrañeza, de haber asistido a una representación fantasmagórica de lo vivo, aunque fuertemente enraizada con las dimensiones histórico-temporales de nuestra contemporaneidad. Porque, una cosa es la fragmentación postulada por los postmodernos, y otra muy distinta (clásica, al menos, desde el Barroco) la constante e invadeable precariedad de lo matérico. Los paisajes, lo lumpen, la alta cultura, lo underground quedan subordinados ante la potencia del impulso musical (tal y como señala el prologuista, Andrés Fisher) y a la “drogadicción” del texto (como apunta el crítico Germán Labrador).

La poesía de Santiváñez es una “construcción híbrida” a la manera de Stuart Hall, a la manera en que los primeros teóricos de los Estudios Culturales manifestaron la complejidad existente dentro del poder cultural y su rechazo, del diálogo en contra y a favor de las dominación cultural. En sus poemas lo latinoamericano (sea lo que este término pueda querer significar), lo europeo, la historia literaria, los submundos que habitan éste, quedan condensados y cristalizan en forma de palabra-nueva, de poema intersticial.

Leer a Santiváñez supone aceptar la extrañeza y someter las propias ambigüedades al escrutinio de la ambigüedad mayor que es el lenguaje.

Les dejo un poema de este libro que materializa, espero, algunos de los comentarios que he señalado. Espero que lo disfruten tanto como yo.


Centro de Lima

Anticuchera abofetea mis labios proferidos
Mientras suben las nubes exquisitas tras
Bambalinas lindas de anilina en el Paseo

La pileta con sus niños calatos rodaviíza
El verano oquendiano & el calor de niña
Del Villa María me sorprende esperándome

Preciosa huída de las gordas columnas
De la Injusticia almibarada bajo máscaras
Andinas donde nadie recuerda su pasado

Ver si los corderos fueron ya sacrificados
Nocturna umbría selva del pastel azafranado
Pelo rubio que caía sobre pubis machiguënga


ROGER SANTIVÁÑEZ